Podría parecer –si no fantasía– muy exagerada esta historia que me sucedió hace unos 35 años aproximadamente. Una tarde visitaba a mi madre y observé a una señora estacionar su vehículo obstruyendo la entrada y salida de vehículos del patio de la casa de mis padres (vivían en la Mariscal, hoy sector céntrico de Quito). Me asomé por la ventana y le pedí que moviera su vehículo; me miró y se encogió de hombros. Mi inicial advertencia se tornó en amenaza y se lo hice saber: le bajaría una llanta si no mueve el vehículo. Su respuesta fue la misma: encogerse de hombros; la señora desapareció.
Pasaron algunos minutos, salí, me acerqué al vehículo navaja en mano, y esperé que la señora regresara. Nunca fue mi intención cumplir la amenaza; de hacerlo sería yo mismo quien terminaría cambiando la llanta. No tardó mucho en aparecer y mientras se acercaba, yo en cuclillas simulaba bajar la llanta. No caí en cuenta que la señora emprendió la carrera contra mi hasta que –literalmente– me hizo rodar sobre la vereda con la primera patada que me lanzó; intentaba levantarme mientras “doblaba” la cuchilla de la navaja para evitar accidentes, y la lluvia de patadas, insultos y “palabrotas” había comenzado. Finalmente me puse en pie, y cambió las patadas por carterazos y “guaracazos”; las mujeres no dan puñetazos. A estas alturas uno de mis hermanos, que también estaba de visita, apareció iracundo, y un poco descontrolado intentaba “a paraguazos” romper un vidrio del vehículo. Mientras yo intentaba calmar a mi hermano, la lluvia de golpes e insultos continuaba… ¡qué huevos de la señora! Mi madre iracunda gesticulaba y gritaba mientras observaba el incidente desde una ventana.
La golpiza terminó. La señora con la certeza de haberme doblegado me tomó por un brazo y me dijo “ahora sí te llevo a que te de mi marido”. Fue en ese momento en el que tomé control de mi propia desdicha y pude reaccionar impidiendo a la señora cumplir su amenaza. Así terminó el incidente. La señora, que de vieja o de fea ni un pelo tenía, me soltó, subió a su vehículo, arrancó y desapareció como si nada hubiese sucedido.
Nunca en mi vida, alguien me ha pegado de semejante modo ni me ha insultado con el ”calibre” de los insultos usados. Al día siguiente, mi cara no acusaba consecuencias de la golpiza, gracias a que pude protegerla; mi cuerpo sí mostraba unos pocos moretones y algunas dolencias.
Nunca más volví a ver a esa mujer. Han pasado muchos años y me gustaría verla de nuevo. Aunque parezca un contrasentido, le tengo gratitud y me gustaría agradecerle por la cantidad de momentos alegres y divertidos que ese incidente me da cada vez que lo recuerdo o lo relato. Alegría –además– compartida con muchas personas. Esa alegría y jocosidad han superado y con creces la violenta golpiza que dicha señora me propinó.
En esta historia he omitido intencionalmente la marca, tipo y color del vehículo; mucha fortuna tendría yo si aquella señora leyera esta reseña y se pone en contacto conmigo. Solo ella (y mi hermano) podrían recordar detalles del vehículo. Le debo un agradecimiento, aunque sea muy tardío.
Narración muy descriptiva mi amigo, la historia me la contaste hace algunos años y, realmente, reímos mucho…
un abrazo fraterno como siempre.
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Gracias por tu comentario.
Un abrazo fraterno también.
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Chévere narración y bien la madrugada de la vieja. Intimidades con fondo y clase. Bien por el escritor
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Gracias Santiago. Siempre tan precisos tus comentarios.
Un abrazo
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Me ha hecho reír esto de los guaracazos. Recuerdo que mi tía, ahora fallecida amenazaba a mi primo, cuándo éramos niños, que si no se porta bien le va a dar un guaracazo. Tal vez es la señora que andas buscando. Jajajaja.
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Gracias Pancho por tu tiempo, lectura y comentario.
Dudé mucho antes de utilizar el término «guaracazo» por cuanto tiene algunas connotaciones en nuestros paises latinos y no precisamente la que yo le doy. Nunca encontré un significado propio para el Ecuador.
Sin embargo, el término es de uso generalizado y creo que todos entendemos qué es un guaracazo.
Nuestras madres y matronas antiguas administraban con mastería el guaracazo.
La señora de la historia debe ser ya una de esas matronas sufridoras expertas en guaracazos.
Un abrazo
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Linda la narración
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Excelente! cada día te admiro más, por tu sencillez para contar las cosas con tanta frialdad, veracidad, que paciencia y tolerancia amigo!
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Tu comentario es muy generoso.
siempre muy complacido de contarte entre mis lectores.
Un abrazo
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Que agradable tu historia, me arrancó varias sonrisas el pensar en ti en esa situación, ojalá encuentres a tu señora belicosa.
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Gracias Ceci.
Es una muy grata sorpresa saber que me lees.
Me alegro y me halagan esas sonrisas tuyas.
Un abrazo
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