Susana Cárdenas M. (26 abril 2021)
Aparecieron durante mi pubertad y se volvieron mayores pocos años después. Me han acompañado durante muchos años; han sido inseparables hasta hace pocos meses.
Cómplices silenciosas y traviesas de mil aventuras y devaneos; juntas conocimos el dulce despertar del romance, juntas hicimos el amor. Fueron discretas asistentes al nacimiento de mis hijos y luego muy solícitas me ayudaron en su alimentación temprana.
En todo momento presentes y altivas, fueron mis cómplices cuando en algunos pasajes de mi vida presumía de mi condición de mujer, siempre satisfecha de serlo.
Como amigas inseparables sufrimos juntas algunos dolores y frustraciones; las vivieron como si fueran propias. Cansadas con el paso de los años, fueron perdiendo su altivez y enfermando y yo con ellas, en acto de solidaridad y gratitud aunque no lo supe sino tiempo después.
Un día me di cuenta que habían enfermado gravemente y tuve que decidir que su tiempo junto a mi había concluido; que yo debía seguir mi camino prescindiendo de su larga y leal amistad.
Habían muerto, pero antes de hacerlo me pidieron que yo siga mi camino y que les permitiera el reposo que necesitaban, su energía se había agotado; no querían que yo muriera con ellas.
El dolor me embargó, las lágrimas llenaron mis ojos y mi alma, muchas noches. La decisión fue difícil. Mis queridas tetitas ya no estarían más junto a mi, y las deje ir.
Hoy cuando me miro al espejo y veo su ausencia en mi pecho siento nostalgia, a veces ira y aun mucho dolor. Me consuela saber que su partida me dio la posibilidad de una vida más larga y de mejor calidad; me libraron de su propia enfermedad. Cuando pienso en eso me lleno de gratitud y al mirar en detalle las cicatrices que dejaron al partir, imagino que son los senderos que juntas recorrimos a los largo de la vida; que todo lo vivido y compartido siguen ahí marcados en cada milímetro de esas cicatrices.
Mis tetitas ya no están y les recordaré siempre, me dejaron nueva vida y solo puedo sentir gratitud.
El dolor ya no cabe y a mis años, aun puedo sentirme orgullosa de ser la mujer que siempre he sido, aunque mi perfil exterior no sea el mismo.
Mis senos, mis tetitas, mis adorables damas de compañía, descansan; ya no sufrirán más y me alegro por eso. Mi alegría hoy es mi mejor homenaje a ellas que dieron su vida a cambio de la mía.
Conmovedor!
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La sensibilidad masculina, el adentrarse en los sentimientos del otro es una capacidad digna de admirar en los seres humanos. Gracias por compartir este escrito, que además de ser mi sentir, lo comparto para que las mujeres enfrentemos esta realidad con chequeos y decisiones a tiempo.
Un abrazo muy especial para ti.
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Gracias Susy por tu comentario.
Varias veces -a lo largo del tiempo- me he preguntado si en realidad existe la tal «sensibilidad masculina» o «sensibilidad femenina». Creo que la sensibilidad es una sola y consustancial a la naturaleza humana. Asignarle género resulta no solo forzado, sino antinatural.
Los hombres por cultura y por conveniencia, pues el modelo vigente de «macho» lo demanda, hemos aprendido a suprimir, a esconder esa sensibilidad. La mujer la expresa sin vergüenza y con valentía, como tu lo haces en el artículo compartido.
Un abrazo.
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