(Autor: Santiago Espinosa Bermeo – Dic./2016)
Durante el día deambulaban por el barrio, siempre dicharacheros, los hermanitos Juan y Lucho Vega, mejor conocidos como “Los Peinados”, ya que siempre daban lustre a su pelo engominado con sus peinillas, las de a dos por diez centavos, compradas en la tienda de Don Homero.
Afables, buenas personas y mejores amigos eran Los Peinados. Daban clases de serenidad, armonía y alegría a las personas que se acercaban curiosas de sus fachas. Lucho, el mayor, siempre lucía mejor su peinado. Sus largas y ensortijadas pestañas eran celosamente cuidadas con vaselina, y consumía al menos medio pomo cada mes. Juan era más profundo, de poca conversa y mucha imaginación. Parecía que planeaba castillos en el aire, pero realmente estaba planificando sus próximas fechorías.
Los hermanitos descansaban en la tarde y no se les veía en las horas subsiguientes. Fugazmente en la noche y en la madrugada era factible encontrarlos, ya que se convertían en ilustres acompañantes de las chicas de la noche, en ese ambiente eran las más guapas y ejercían la profesión más antigua de la tierra
En el barrio se comentaba que Los Peinados resultaron más finos que la Torera, pero no por su abolengo sino por su la habilidad para hacer desaparecer las pertenencias de los extraños que visitaban La Tola, barrio antiguo y querido de ese Quito colonial. Indudablemente sus trabajitos lo realizaban con la complicidad de la noche y siempre a desconocidos porque con los otros compartían sus quimeras durante el día, como si nada hubiera pasado. Se congraciaban con los vecinos de una manera agenciosa y singular. Tan era así, que familias enteras les defendían cuando curiosamente había ruidos y discusiones con miembros de la policía, que se encontraban en unos casos con uniforme, y en otros vestidos de civil.
Los chicos del barrio poco a poco se iban enterando de las verdades de Los Peinados. Unas ocasiones porque los vecinos más antiguos lo comentaban; en otras, la mayoría, los propios protagonistas alardeaban de sus fechorías, quienes como un aporte a sus conciencias aconsejaban lo dura que es la vida cuando se dedican a delinquir. La vida en la cárcel es una novela de terror y no se puede asegurar si se puede salir. Fíjense, decía Lucho, alzándose la camisa y enseñando el pecho y la espalda. Son dieciocho puñaladas que me metió un compañero de celda. El cuerpo estaba lleno de cicatrices, parecía que varios niños se habían antojado a jugar territorio en su pecho; el destrozo era tan visible que se volvía repugnante. Si salí vivo –decía- sólo fue porque toda la vida he sido hincha del Jesús de Gran Poder.
Guambras la vida es difícil, dedíquense a estudiar y a trabajar. No hay lugar para ustedes en la cárcel y si caen en cana, la cosa se vuelve negra, no hay forma de ayudar, lo que habrá será palo y más palo.
La vida azarosa era nocturna; el día transcurría sin interrupciones dentro del ámbito del señorial Quito. Era tal la cordialidad en el trato mañanero de Los Peinados, que conseguían tener una defensa representativa durante sus debilidades nocturnas y en muchas ocasiones consiguieron que la Policía ignore cualquier hecho, bajo el argumento de un mal entendido.
Un día el Terrible Martínez, otro personaje célebre de la época, les acusaba porque le habían “chineado” a un amigo de La Colmena, quien había llegado al barrio el día anterior a visitarle y entregarle un encargo del Alcalde de la Ciudad. Tan pronto había salido de la visita, los Peinados le “chinearon”. No puede ser que saliendo de mi propia casa arrendada le hayan robado, vociferaba el Terrible Martínez y continuó haciendo relajo en media calle. El Lucho le cortó con gran temple y le advirtió que no se meta con ellos porque puede salir mal parado, y además él sabe que el destino les sonríe; y a propósito, ¿dónde estará para agradecerle? Con la desfachatez del caso se alejó de la escena, gesticulando al hermano para que lo siga.
santiago, debes tener en mente muchas más anécdotas de nuestro barrio; anímate y sigue escribiendo, lo haces muy bien.
Jack
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Querido Santiago, esplendido el relato, falto decir de los peinados q el mayor creo Lucho contaba q la peor carcel era la de Cali, y q aun alla se hizo respetar pues lo nombraron cañoral. Ademas q culminaron sus fechorias poniendose un puesto en la Arenas, no se si sipiste q uno de ellos tuvo un hijo, q se hizo betunero, sabia subirse a los buses a vender caramelos, y tambien cayo en cana por escapero
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