La importancia de quejarse

          Desde el instante mismo en que se deja el vientre materno, por propia e instintiva necesidad se llora; y si no, el doctorcito se encarga y con cierta dosis de agresividad. La actitud de quejarse queda establecida para el resto de la existencia. Durante la niñez, llorar y emperrarse será el mecanismo idóneo para expresar malestares, exigir cualquier cosa y –por qué no– hacerse notar.

          A medida que la persona crece y empieza a tener un poco (y ese poco parece que le durará la vida entera) de discernimiento, cambia el lloro de la niñez por la actitud quejumbrosa. Sobran palabras, situaciones y razones para quejarse. Poco a poco empieza a observar una relación perversa entre la queja y la atención que es capaz de generar sobre sí mismo. Así será por el resto de la vida.

        El solo hecho de vivir le genera a cualquier persona situaciones de tensión, angustias, dudas, errores y aciertos; caerse muchas veces y levantarse otras tantas. Esa es la dinámica de la vida y de la opción que nos ofrece para aprender. Los más sensatos optan por el aprendizaje, a pesar de ser la opción más difícil. Los más, optarán por quejarse.

         Quejarse cumple un doble y muy útil propósito. Pretendemos liberarnos de la propia responsabilidad cuando las cosas no van bien, encontrando siempre situaciones y personas «culpables». Por otro lado, es una manera –no muy buena desde luego– de llamar la atención de los demás. En una cultura inclinada morbosamente a lo desagradable, lo malo y lo negativo, quejarse parece la conducta aceptable. Quejarse genera discusiones que permiten a los quejumbrosos exponer sus argumentos, aunque sean solo ellos los que escuchan porque los demás están en las mismas. La sensación de intelectualidad que genera esa dinámica bobalicona infla los egos, y la sensación de superioridad que resulta solo es comparable con la absoluta carencia de argumentos y conocimientos sobre la situación que es objeto de queja. Aquellos que optan por no quejarse o encontrar lo positivo en la mayoría de situaciones y personas, «desentonan», están fuera de lugar, no llaman la atención, pasan desapercibidos, son medio pendejos, un poco ignorantes o «no están en nada».

          No se puede desconocer que en la vida existen problemas y situaciones complejas que inducen y promueven esa actitud quejumbrosa. Buscar soluciones parecería la opción más sensata y mientras se las encuentra, habría que aprender a convivir con los problemas.

       Quejarse jamás ha resuelto un problema, aunque socialmente sea necesario, importante e integrador.

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Septiembre/2019 (419 palabras)

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