Es receta repetida hasta el cansancio: el aburrimiento se resuelve cambiando las rutinas, rompiéndolas, haciendo algo nuevo, diferente. Esa recomendación es más una falacia que una solución efectiva. Todo aquello que se hace por primera vez suele ser emocionante, interesante, excitante, placentero. Nos obliga a concentrarnos, a aprender, a descubrir nuestras propias habilidades, a poner en práctica nuestros conocimientos y experiencia. Esta receta tan estimulante nos motiva a repetir la nueva experiencia varias veces, dándonos la sensación de haber descubierto la medicina ideal para la cura del aburrimiento.
Olvidamos siempre que la vida es en esencia una rutina de la cual es imposible escapar. El inexorable paso del tiempo está lleno de hechos repetitivos. Cada segundo es igual al anterior; las horas, los días y los años se repiten con matemática exactitud, aunque siempre son nuevos. Las rutinas necesarias para la sobrevivencia se repiten día tras día. El tránsito por la vida –nos guste o no– está marcado por rutinas y por eventos repetitivos. No importa lo que hagamos ni que tan novedosa sea la nueva actividad; terminará por volverse rutinaria, aburrida y –a veces– odiosa. Excepcionalmente, algún hecho ocurre y rompe ese tedio y parece un soplo de nueva vitalidad.
Esa constante búsqueda de opciones que nos permita evadir el tedio termina siendo una rutina más. Un hábito que pagamos con angustias, frustraciones, tensiones extremas, desesperanzas, mal carácter y enfermedades.
Parece ser que la manera sensata, aunque no la más simple, de vencer el aburrimiento es recuperar el gusto que alguna vez existió por esa actividad que hoy tanto agobia. Intentar disfrutar lo que se hace día a día. Devolverle a las rutinas el interés y el entusiasmo perdidos. Abandonar esa absurda actitud de consumir la vida buscando permanentemente vencerle al tedio intentado nuevas actividades. Las nuevas acciones y actividades que se emprenden, o aquellas que demandan un mayor involucramiento deberían estar motivadas por la satisfacción, gusto y diversión que hacerlas proporcionan, por la necesidad de aprender, de aportar algo a la colectividad, de compartir conocimientos y experiencias con otras personas, de sacarle más provecho a la vida y sus inagotables alternativas.
El aburrimiento no es el resultado de la cantidad de veces que una acción se repite; es la consecuencia de las carencias intelectuales y emocionales, de la indiferencia, ignorancia, desdén y –a veces– irrespeto hacia personas, objetos y realidades que rodean a cada persona, de la ausencia de amor, interés y compromiso por las cotidianas y con frecuencia simples actividades diarias.
Comparto plenamente tus sabias apreciaciones! Y esto me lleva a reflexionar sobre la importancia de hacer, lo que se hace, anclados en el Ahora, el único tiempo que realmente existe! En la medida en que alcancemos esa consciencia, la vida sí puede ser un disfrute!!
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Gracias por lo de «sabias apreciaciones», que no son tanto; más bien la generosidad con que comenta. Anclarse en el Ahora creo que será título de un nuevo escrito.
Besos!!!
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Excelente! Fernando. Destaco: «Parece ser que la manera sensata, aunque no la más simple, de vencer el aburrimiento es recuperar el gusto que alguna vez existió por esa actividad que hoy tanto agobia. Intentar disfrutar lo que se hace día a día. Devolverle a las rutinas el interés y el entusiasmo perdidos.»
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Gracias Arsenio por tus generosas palabras, las cuales aprecio mucho.
Las lecturas y los comentarios son el aire que necesitan mis velas para seguir escribiendo.
Un abrazo.
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