Nacida en Río Blanco, un olvidado pueblo de la provincia de Cotopaxi, no había terminado sus estudios escolares, y a sus 14 ó 15 años llegó a la gran ciudad, Quito. Pobre, sola, sin instrucción, temerosa y con muchas inquietudes seguramente, asumió la inmensa responsabilidad de ayudar a mi madre en mi crianza y cuidado. Tenía yo unos pocos meses de edad. Dos años más tarde se ocuparía también de mi hermano.
Estuvo ella junto a mi hasta mis 15 años aproximadamente. En gran medida, ella fue la responsable de que mi infancia y pre adolescencia fuesen tranquilas, a pesar de los sobresaltos y penurias propias de esas edades. Han pasado muchos años de eso y en la actualidad, aquella gran mujer, mejor señora y ser humano inmenso, tiene más de 70 años, un poco enferma y achacosa, aún sigue siendo inmensamente cariñosa conmigo. Siempre fue muy apegada a la casa de mis padres. Hace unos pocos meses lloró desconsoladamente al enterarse de la muerte de mi madre, a quien visitaba de vez en cuando. Con frecuencia me llama para saber de mi vida, de mis venturas y desventuras. Hace muchos años que ya no es pobre y a pesar de su bonanza económica jamás ha perdido su humildad.
En este espacio muy corto le rindo homenaje de sincera y permanente gratitud por muchas cosas:
Aprendí con ella que el valor de las personas no se mide por el origen, el nivel educativo, el nivel económico o el color de la piel, y que el valor de las personas está en aquellas características que no se ven, pero que sí se sienten.
Aprendí de ella a valorar más a las mujeres y los inmensos esfuerzos de que son capaces para levantarse cuando han caído sin tener el apoyo económico de sus maridos.
Aprendí que la solidaridad va más allá de los vínculos familiares, y aprendí también, y dolorosamente, que la solidaridad solo la enseñan los humildes, aquellas personas grandes que han logrado liberarse de la arrogancia y prepotencia.
Aprendí lo que significa tener un patrón justo y exigente, pues en mi temprana adultez me ofreció trabajo y fui su empleado.
Gracias, Marianita querida.
Hermosas palabras y un justo homenaje para una persona inolvidable. Resaltaría además su bondad, optimismo y capacidad de emprendimiento. Incondicional en todo momento.
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