Hace algún tiempo ya, mi queridísimo amigo y compañero de la vida, Jack B., me observaba, a propósito de algún artículo que leyó, que yo pierdo la intimidad en muchos de los artículos que publico. Mucho he reflexionado sobre esa observación.
Sin lugar a dudas, compartir experiencias y conocimientos es una aparente pérdida de la intimidad; una constante exposición a la crítica; un permanente riesgo de decir o escribir cosas que no se ajusten a la propia verdad o que de alguna manera afecten negativamente a otras personas o, en el mejor de los casos, decir o escribir cosas irrelevantes.
Ese es el precio del conocimiento. No conozco otra manera en la que el conocimiento enriquezca a las personas. El conocimiento es intimidad compartida. La historia de la humanidad es una permanente prueba de esa afirmación. Si cada uno a lo largo de la vida guardara para sí lo poco que podría aprender sin el concurso de otras personas, aún viviríamos en la más absoluta ignorancia. Compartir la intimidad es también un obligado acto de reciprocidad. Los conocimientos adquiridos deben ser transmitidos a otras personas, lo cual supone un acto de enorme generosidad.
El control del conocimiento, la mal intencionada compulsión por controlarla es un eficiente medio de esclavitud moral e intelectual; su objetivo final es el control de personas y sociedades. Las iglesias y los estados lo practican sin vergüenza ni pudor.
Compartir el conocimiento (o “perder” la intimidad) es un acto de suprema rebeldía en una sociedad cada vez más manipulada, más maniatada, e intelectualmente pobre.
La historia identificará esta época, la cual no me atrevo a ponerle límites, pero que bien podría ser que empezó en los años 80 con el desarrollo del concepto de la “World Wide Web” (www). El invaluable aporte de la Internet y al mismo tiempo su mayor y mejor característica es el haber permitido a miles de almas generosas perder su intimidad y compartir conocimientos que hoy están a la mano de cualquier persona en casi todos los rincones del planeta.
Compartimos solamente aquello que previamente hemos adquirido gracias a que muchas personas, en un acto de enorme generosidad, han perdido su intimidad; ese proceso nos permite aprender y devolver los conocimientos aprendidos, sin perderlos.
La intimidad en realidad no se la pierde; compartir nuestros conocimientos –por extraño que parezca– nos impide naufragar en ese inmenso mar de ignorancia que aún nos circunda. El conocimiento que no se comparte es estéril, no sirve. ¡Enhorabuena por la intimidad “perdida”!
Pues si, se pierde la intimidad.
Muchos queremos compartir; no se si alguien se interese por mi intimidad…
Abrazo fraterno
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Tienes mucho que compartir y estoy seguro que habemos muchas personas que estaríamos interesadas. Mientras más culta, educada y formada es una persona no solamente tiene más por compartir, tiene la obligación de hacerlo. Es una manera de retribuir y aportar al conocimiento y a la conciencia universal.
Un abrazo,
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