Como cada año, estamos ya con la navidad encima. Ya me observará algún letrado no escribir navidad con mayúscula; la razón por la cual no me refiero a la Navidad cristiana es simple: la considero un festejo más de los tantos que celebramos durante el año. Y ya me observará algún cristiano por qué le quito a la navidad su contenido religioso, y otra vez la razón es simple: no me interesan los temas ni los festejos religiosos.
Entrando en materia. Con frecuencia escucho a muchos adultos expresar su disgusto y desagrado durante los días vinculados al festejo navideño. Las razones que exponen son variadas, y ninguna tiene realmente valor. Entre las quejas más frecuentes: el tráfico, las aglomeraciones de gente, las compras de última hora, etc. Y todo eso recubierto con una capa de hipocresía; después de todo, recibir regalos o participar en algún festejo navideño no dejaba de ser agradable. Esto me recuerda que yo sentía las mismas sensaciones y argumentaba similares razones. Pasaron algunos años y cada diciembre la navidad la sentía y la vivía sin entusiasmo.
Me decía a mí mismo que la navidad es fiesta para niños y fiesta religiosa. Ya sin hijos pequeños y sin creencias religiosas, festejar la navidad carecía de sentido. Adicionalmente, observar la pobreza que nos rodea y su contraste con la frecuente opulencia en los festejos navideños, me entristecía. Poco a poco fui asumiendo que remaba contra corriente. Independientemente de la condición social y económica, la mayoría de las personas festejan la navidad y lo hacen con alegría, con música, con renovados sentimientos de amistad, abrazan fácilmente, tienen un buen deseo a flor de labios. Por unos días –al menos– la frecuente carga de hostilidad que nos oprime queda postergada. Decidí que era tiempo de un cambio de actitud; hoy festejo la navidad con alegría y entusiasmo. Reconozco que aún me falta mucho para alcanzar los niveles que tenía en mi adolescencia y temprana juventud.
Dejemos de remar contra corriente alejándonos –y no solamente en la época navideña– de aquellos que siempre tienen motivos para vivir remordidos y amargados. La vida no es amarga ni feliz por sí misma; es nuestra actitud frente a ella lo que hace la diferencia. Volvamos a festejar la navidad con alegría y entusiasmo. Una cara alegre, una sonrisa, un abrazo cálido y sincero, una llamada telefónica, al pariente o al amigo lejano, una frase cargada de buenos deseos, un pensamiento intenso para aquellos que ya se ausentaron, un regalo simple y envuelto con afecto más que con papel, un “mensajito” a los panas, aprovechar las reuniones familiares para reforzar los nexos que nos vinculan, hacen esa diferencia
Son las simplezas las que engrandecen el alma y calientan el corazón.
¡Feliz navidad!
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Dic.2016
Gracias José.
Muy valiosa reflexión.
Un abrazo.
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Sentida reflexión! Eso dice mucho de lo que encierra tu noble y bondadoso corazón!
Navidad! Tiempo de amor, de buenos y sinceros deseos para todos, es lo que deberíamos expresar todos los días. Hoy más que nunca le hace falta a este mundo cargado de violencia y desasosiego un mensaje como el tuyo!!!
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Gracias por el mensaje.
Aprecio mucho sus palabras.
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Hagamos cada día una NAVIDAD. todas mayúsculas para resaltar la importancia de tu mensaje
Como siempre, te envio un abrazo fraterno
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Un abrazo también y siempre muy agradecido por tus lecturas y comentarios.
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Comparto tu pensamiento amigo querido, es hermosa la forma que tienes de expresar en palabras lo que sientes y más aún que lo compartas con amigos!!! Aprovecho y te saludo con muchísimo cariño, siempre te recuerdo!!!!
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Gracias por tu comentario.
Recibe mi abrazo envuelto con mucho cariño.
Feliz navidad.
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Buen mensaje Fernando, con estos pensamientos de paz, solidaridad, amor, fraternidad te has acercado a los verdaderos valores y sentimientos cristianos que siempre quedan relegados por el oropel de las ruidosas celebraciones mercantilistas. Ojalá pudiéramos mantener esos sentimientos todo el año y toda la vida. Un abrazo para ti y para todos los tuyos. Hasta vernos pronto.
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