¿Que si tengo penas?

Hace algunos días alguien me preguntaba si siento alguna pena por haber llegado a la edad en la que la juventud se ha agotado; a esa edad en la que ya no van quedando muchas opciones de vida, en la que la expectativa de las limitaciones físicas y aun mentales se las ve más cercanas, en la que entusiasmarse por cualquier cosa cuesta un poco más, en la que las mieles de los amores frescos están agotadas… En fin, si sentía pena por estar en la antesala de la vejez.

Mi respuesta fue un NO rotundo. No me da pena completar en esta fecha (12 de mayo) 66 años de vida, que es el verdadero cumpleaños, puesto que el día 13 es el inicio del año 67. Además aún falta rato para estar en esa antesala de la vejez.

Me siento complacido, más que con la edad que he completado, por el hecho de haber alcanzado un estado de mejor calidad del que seguramente tuve hace 10 o más años, unas condiciones física, mental y emocional que me satisfacen, con actividades y entretenimientos que ocupan mi día a día y me mantienen ocupado y entusiasmado, con ilusión aun por un futuro promisorio, con la certeza de que amar sigue siendo posible y no es patrimonio exclusivo de la juventud, con la satisfacción de haber superado –al menos en algo– las taras y deficiencias de personalidad propias de una juventud no perdida, pero sí superada.

Quizá las pocas penas que me quedan y frente a las cuales no es posible tomar acción alguna, están relacionadas con esos típicos pensamientos de «lo que pudo haber sido y no fue». No quiero repetir aquí algo que ya que escribí y publiqué justamente hace un año («A mis 65» https://fertobar.wordpress.com/amis65) haciendo unas pocas referencias a los arrepentimientos. Es solo una reafirmación que las penas son inevitables en la vida de cada persona, son consustanciales a su desarrollo y suelen ser las mejores maestras de la vida. Las penas que siento ya no son amargas; cada una me dejó sus lecciones y muchas seguramente me obligaron a seguir un rumbo distinto. Haber llegado a este punto de mi vida y sintiéndome como me siento, también se lo debo a mis penas, y de alguna manera extraña siento gratitud.

Con frecuencia las penas se visten con los ropajes del arrepentimiento y viven así durante mucho tiempo, a veces años y sudando lágrimas. Cuesta desvestirlas, toma mucho tiempo. Las penas deben vestirse con las prendas ligeras de la historia.

No siento pena de haber llegado a la edad que tengo actualmente (66); siento complacencia. Es un privilegio que la vida no concede a muchos.

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13 Mayo 2018

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